El recuento de los daños...

Me hubiera gustado poder decir que este año fue la calma después de la tempestad, pero sería una total mentira.

Inicié el año enamorándome perdidamente en un mal tiempo.

Durante la primera mitad del año, aprendí a trabajar como equipo con las mismas personas todos los días, llegando a conocer sus debilidades, fortalezas y manías; aprendí a enseñar, dirigir un grupo, confiar en mis conocimientos y reírme de mis errores. 

Terminé con la etapa más difícil de mi vida e inicié otra muy importante.

Obtuve herramientas poderosas; salí (y algunas veces me sacaron) de mi zona de confort, me atreví a tomar riesgos y rebasé los límites que yo misma me había puesto.

Me mostré vulnerable ante extraños; conocí a muchas personas, y me reencontré con algunas otras. 

Toqué fondo... en un desespero por falta de amor propio, intenté tener nada con quien merece ser todo... para después, volver a encontrarme; seguir con viejos hábitos, viejos patrones. 

Inicié el final de un ciclo que lleva muchos años abierto.

Aprendí e hice consciencia de muchas cosas sobre mí, mi familia, mi pasado, el mundo, y un poco del espacio.

Fortalecí lazos afectivos; en especial, amistades que son para toda la vida (cortesía de mis padres, la mejor herencia adelantada que me han dado); y mi relación con mi gatita. 

Descubrí música, libros, series y películas. Bailé, bailé mucho y comencé a cantar y actuar un poco. 

Tomé grandes responsabilidades, regresé a viejos lugares. 

Amé mucho. 

Hubo muchos cambios importantes. Fue un año lleno de decisiones repentinas, adrenalina y pocos respiros.

No fue mi mejor año, pero sí uno de mis favoritos. Abrazo con mucho cariño todas las experiencias, risas, llantos, caídas y victorias obtenidas. Sin duda, un año importante bien vivido.